En estricto sentido, Piedad Córdoba se merecía más el Premio Nobel de la Paz que Barack Obama. Por lo menos ella podía mostrar como resultado un puñado de secuestrados liberados gracias a las gestiones que impulsó. Dicen que al comité del premio no le gustó el exceso de show ni la politización chavista en la tarea de la senadora. Y es que se le fue la mano. Pero de ahí a que Obama se lo mereciera más, hay mucho trecho.
En el caso del presidente estadounidense, vale preguntarse al estilo Maradona: "¿Y ese a quién le ha ganado?". O para ser más precisos: ¿qué resultados concretos en el campo de la paz ha conseguido Obama? Porque se supone que el Nobel de Paz no es un premio de poesía, a los versos más bonitos, ni el Óscar a la mejor actuación, sino el reconocimiento a gestiones y logros comprobables a favor de la paz.
En este campo, el palmarés del mandatario estadounidense es nulo. Inició un retiro lento de las tropas de su país en Irak, que no está claro si va a producir más o menos violencia. A la vez, viene aumentando las tropas en Afganistán, a pesar de la certeza de muchos expertos de que se trata de una guerra irregular sin rumbo, donde los muertos seguirán creciendo sin importar cuántos soldados envíe Washington.
Ante sus narices, algunos de los gobiernos más belicistas y agresivos del planeta están aumentando sus arsenales estratégicos y nucleares a pasos agigantados, sin que Obama haya sido capaz de evitarlo por la vía diplomática, ni por el ejercicio de una presión más amenazante. Ni a la Venezuela de Chávez, ni al Irán de Ahmadinejad, ni a la Corea de Kim Jong-il les importa un pito el discurso de mano tendida de Obama. Igual, multiplican sus armas y, en el caso de Irán y Corea del Norte y quizás, en el futuro, en el de Venezuela, avanzan con decisión en la construcción de su capacidad nuclear que, en manos de sus fanáticos líderes, solo puede resultar enormemente peligrosa para la paz del planeta.
El Nobel, han dicho los analistas, no lo recibe Obama por sus avances, sino por la esperanza que ha despertado. Pero, como lo recordaba el sábado The New York Times, "el premio es un recorderis de la brecha entre la ambiciosa promesa de las palabras de Obama y sus logros". Yo voy más lejos. A mí me preocupa que los pasos dados por el presidente estadounidense conduzcan más a la guerra que a la paz.
En el caso de Irán, en estos días se inicia una ronda de conversaciones entre representantes de su poco democrático y muy fundamentalista gobierno, y delegados de Washington y de gobiernos europeos, a propósito del desarrollo nuclear iraní. Conocedores de la manera de actuar de Ahmadinejad aseguran que todo es un truco para ganar tiempo y seguir con su desarrollo atómico. En cuanto a Corea, le ha dejado claro a Obama, con el lanzamiento de misiles, que tampoco va a renunciar a ser un país nuclear. Y Chávez va por el mismo camino, ahora con el sirirí de la presencia militar estadounidense en bases colombianas.
La buena onda del mandatario estadounidense, que tanto les gusta a muchos ingenuos, no va a convencer a esos tiranuelos. Lo previsible es que le sigan mamando gallo a Washington, mientras logran consolidarse como potencias militares e, incluso, atómicas. Y si, por dejarlos actuar así, Obama se merece el Nobel de la Paz, entonces este mundo anda al revés. Es como si, en 1938, al inglés Chamberlain y al francés Daladier les hubieran dado ese premio por negociar en Múnich con Hitler un tratado que, a la postre, no fue más que compra de tiempo por parte del régimen nazi para estar mejor preparado a la hora de desatar la segunda guerra mundial. Apaciguar desde la debilidad, como lo hicieron Chamberlain y Daladier, es el camino seguro a la peor de las guerras. Y Obama debería saberlo.
Me borraron el anterior comentario. No importa. Ahora digo: SUFICIENTE CON QUE LE HAYA GANADO A TEODORA, LA TRAFICANTE DE SECUESTRADOS.
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