Lleva dos años vacía, sin que el sonido del alumnado ni el ruido de las bandejas metálicas se hagan oír en sus pasillos, en sus aulas o en el comedor. Durante décadas fue una escuela en el campo, uno de esos preuniversitarios cubanos que intentaba vincular el estudio con el trabajo y donde los adolescentes permanecían internos. Pero desde el curso 2009-2010 la mayoría de estos centros docentes cerraron sus puertas, ante la evidencia del fracaso pedagógico y productivo. En lugar de formarse en la práctica del trabajo agrícola, los becados se entrenaban en las hábiles mañas de simular que laboraban, mientras en los albergues florecían la promiscuidad y el matonismo. Afortunadamente el experimento terminó, no sin antes dejarnos una mezcla de recuerdos agridulces a quienes lo vivimos en carne propia. El gobernante Raúl Castro anunció su cierre en medio de un proceso por reducir costes y hacer que el pragmatismo se impusiera allí donde solo había primado el desatino. Los bloques de concreto, erigidos en medio de la nada, que albergaban estas becas, ahora están reutilizados algunos como viviendas o instituciones, otros simplemente abandonados. Ruinas nuevas, arquitectura ya desechada de una época reciente que terminó.
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