EL VICEPRESIDENTE

No hay otra institución política que le traiga a la República más dolorosos recuerdos que la Vicepresidencia. La cuestión puede remontarse a los días de la República naciente, cuando las desavenencias de Bolívar y Santander produjeron, nada menos, que la disolución de la Gran Colombia, la conspiración de la noche septembrina y el exilio de Santander, piadosa medida con la que el Libertador perdonó la pena de muerte que le había sido decretada al jefe de aquel atroz atentado.
Cerrando el trágico siglo XIX, exactamente para el Gobierno que se posesionó el 7 de agosto de 1898, fueron elegidos Manuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marroquín, para los cargos de Presidente y Vicepresidente de la que ya era la República de Colombia. En buena medida la Guerra de los Mil Días, y con seguridad la pérdida de Panamá, resultaron de los enfrentamientos entre estos dos personajes. Se comprende por qué esa dignidad fue suprimida por casi un siglo de nuestra Constitución.
Pero vino la Constitución de 1991, la vigente, cuya inspiración y redacción se le confió, en alta medida, a los guerrilleros del M19 y a otros de parecidas ejecutorias. Y entre los entuertos de esa triste experiencia, habremos de observar éste que ahora nos aflige.
Lo invito a que haga el experimento que le propongo, querido lector. Pregúntele a un número cualquiera de ciudadanos, qué oficio tiene nuestro personaje, y sin vacilación le dirán que es el segundo en el Gobierno, después del Presidente. Y menuda sorpresa se llevarán cuando usted los corrija, para decirles que el Vicepresidente no es nada en el Gobierno, y que no tiene ninguna función pública. ¿Por qué entonces la casa que le han dado al pie de la de Nariño, muy Salmona y muy llena de aparato? Pues porque aquí somos así.
Puro folclor. El Vicepresidente no tiene funciones, no tiene mando, no es parte del Gobierno. Su oficio, si por tal pudiera llamársele, es esperar juicioso a que el Presidente tenga un accidente, que se muera o quede por largo tiempo inhabilitado, o que le ocurra ese otro accidente que sería la renuncia. Entonces se posesionaría como Presidente, por el tiempo que le falte al elegido como tal.
Mientras tanto, carece de funciones, de representatividad, de todo.
La Constitución dispone que el Presidente podría darle determinadas funciones al elegido como Vicepresidente. Como mandarlo de embajador a Bangladesh, o a otro más lejano lugar, que sería lo aconsejable. O como confiarle alguna otra función específica. ¡Pobre Constitución! A Angelino no le han dado ninguna facultad y se las toma todas. Y no pasa nada. A la Oficina Jurídica de Palacio acudimos en derecho de petición para que nos aclarara el tema, y la respuesta fue tan melancólica, tan pobre, que mejor ni mencionarla.
No hay nada tan peligroso como un desocupado con iniciativa. Y si se le agrega que el desocupado con iniciativa tiene ínfulas y ambiciones y título pomposo, la cosa es insufrible. Que es lo que empieza a sentir Santos respecto de Garzón, y lo que le ha pasado a varios de sus ministros. Cuando menos lo piensan, sale Angelino a contradecirlos, a regañarlos, a proponerles camorra. Y los ministros no saben qué hacer, como que sienten que le deben respeto a quien no está respetando su fuero.
Se debe a lo dicho que el Presidente haya salido a enfrentar a su Vicepresidente, diciendo en discurso público que los problemas del Gobierno se deben resolver en su interior. Pero ocurre que Angelino no es parte del Gobierno, que no es subalterno de Santos y que puede decir y hacer lo que le venga en gana, creando problemas de mando insolubles y problemas de imagen gravísimos. Por ahora, Garzón se limita a intervenir en cuestiones de petróleos, de orden público, de paz con las Farc y en asuntos económicos y laborales.
Ya recordó que fue elegido con nueve millones de votos y advirtió que no se va a callar. Pero la culpa no es suya. Es de los insensatos que redactaron ese disparate que es la Constitución de 1991. ¡Pobre Santos!

La Patria, septiembre 20 de 2011

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