La colosal manifestación contra las Farc, ha servido para descubrir dónde y cómo se agazapan los mamertos, especie semi extinta que comprende una variopinta de simpatizantes de la izquierda comunista, que las FARC sirven como su brazo armado y como la prueba postrera de que el pueblo defiende sus derechos con un fusil al hombro. Como se han puesto en evidencia, corresponde examinarlos.
En primer lugar, y se da por descontado, son de las Farc los restos del Partido Comunista, a cuyo amparo nacieron y del que no se han separado un solo segundo. Encabezan la lista el Director de Voz, un señor Caicedo, que es, o fue hasta hace muy poco el Secretario del Polo Democrático, y la cáfila de seguidores que todavía tienen camisetas con la imagen del Che Guevara, llaman Comandante a Fidel Castro y guardan en el armario una foto con Tirofijo, probablemente tomada en la época del Caguán. Esos están en lo que están. Algunos lo pregonan y otros lo callan. Los viejos miembros de las nomenklaturas comunistas de Colombia pertenecen a ese grupo, otros lo disimulan, o no quieren recordar ese pasado. En el Polo Democrático hay unos cuantos de ellos, como el sombrerón Borja, o como Luis Eduardo Garzón.
Vienen en segundo término, los neo comunistas, que lo expresan adhiriendo al Socialismo del Siglo XXI, el de Chávez, el que tiene a Venezuela a las puertas de un cacerolazo como el de Allende y que ocultan sus simpatías atacando con ferocidad un partido político que no existe, el neo liberalismo. La fauna de este grupo es variada, empezando por la inefable Piedad Córdoba, la misma que se uniforma de Chavista porque para las supergordas sólo venden camisetas rojas, y se pone boinas de las Farc, porque todo vale para suplir un turbante. Pero siguiéndola, cómo faltarían, los fundamentalistas del Polo, como el insufrible Senador Robledo, el Avellaneda, tan exitoso en causas laborales, y otros de su estilo.
En tercer lugar, los que quisieran pero no se atreven. El Alcalde de Bogotá, su Secretaria de Gobierno, su Secretario de Educación, Petro y el camaleón del grupo, el Carlos Gaviria, campeón del sofisma y del eufemismo. Ellos no marcharon contra las Farc, sino contra el secuestro y contra la violencia. Y quieren la paz, detestando la guerra, que es una manera cobarde de decir que odian las Fuerzas Militares que tienen derrotadas a las Farc. Para ellos la paz es una planta que no se da sino entre Pradera y Florida y el Intercambio es un dialogar eterno, sin otro horizonte que la resurrección de la guerrilla agonizante.
Vienen en cuarto puesto, los mamertos internacionales y los seudo intelectuales de la izquierda. Los que no marcharon ayer lunes, porque la marcha no fue contra los paramilitares, que están todos presos; y porque Uribe es un paraco disfrazado; y porque en Colombia matamos sindicalistas para mantener fina la puntería; y porque Gobierno y Farc son merecedores de la misma desconfianza, por lo que es mejor no favorecer a ninguno; y finalmente porque es preferible no radicalizar posiciones.
Cano no debe ser tan malo, alma errabunda, desde que soltó, apenas por un puñado de petro dólares, dos secuestradas y porque de pronto libera tres u cuatro, o veinte más. Ahí tenemos que recordar a Frühlig y sus compañeros de la ONU, a Redepaz, a ciertos padrecitos descarriados, a los colectivos de abogados, a las asociaciones de juristas, a ciertos y ciertas columnistas que prefieren los diarios y las revistas de los capitalistas para honrar a Marx, a Engels, a Lenin y a Stalin, a Mao y a Pol Pot.
Acaso, mirando aquella gigantesca ola de colombianos que gritaban NO A LAS Farc, a los mamertos les entraría alguna duda sobre la legitimidad, la oportunidad y el acierto de sus amores, visibles o clandestinos. Pero tal vez no. Porque son inamovibles, inconsumibles, inalterables. No les pasa el tiempo, ni les valen la Razón ni la Historia. ¡Qué le vamos a hacer!.
En primer lugar, y se da por descontado, son de las Farc los restos del Partido Comunista, a cuyo amparo nacieron y del que no se han separado un solo segundo. Encabezan la lista el Director de Voz, un señor Caicedo, que es, o fue hasta hace muy poco el Secretario del Polo Democrático, y la cáfila de seguidores que todavía tienen camisetas con la imagen del Che Guevara, llaman Comandante a Fidel Castro y guardan en el armario una foto con Tirofijo, probablemente tomada en la época del Caguán. Esos están en lo que están. Algunos lo pregonan y otros lo callan. Los viejos miembros de las nomenklaturas comunistas de Colombia pertenecen a ese grupo, otros lo disimulan, o no quieren recordar ese pasado. En el Polo Democrático hay unos cuantos de ellos, como el sombrerón Borja, o como Luis Eduardo Garzón.
Vienen en segundo término, los neo comunistas, que lo expresan adhiriendo al Socialismo del Siglo XXI, el de Chávez, el que tiene a Venezuela a las puertas de un cacerolazo como el de Allende y que ocultan sus simpatías atacando con ferocidad un partido político que no existe, el neo liberalismo. La fauna de este grupo es variada, empezando por la inefable Piedad Córdoba, la misma que se uniforma de Chavista porque para las supergordas sólo venden camisetas rojas, y se pone boinas de las Farc, porque todo vale para suplir un turbante. Pero siguiéndola, cómo faltarían, los fundamentalistas del Polo, como el insufrible Senador Robledo, el Avellaneda, tan exitoso en causas laborales, y otros de su estilo.
En tercer lugar, los que quisieran pero no se atreven. El Alcalde de Bogotá, su Secretaria de Gobierno, su Secretario de Educación, Petro y el camaleón del grupo, el Carlos Gaviria, campeón del sofisma y del eufemismo. Ellos no marcharon contra las Farc, sino contra el secuestro y contra la violencia. Y quieren la paz, detestando la guerra, que es una manera cobarde de decir que odian las Fuerzas Militares que tienen derrotadas a las Farc. Para ellos la paz es una planta que no se da sino entre Pradera y Florida y el Intercambio es un dialogar eterno, sin otro horizonte que la resurrección de la guerrilla agonizante.
Vienen en cuarto puesto, los mamertos internacionales y los seudo intelectuales de la izquierda. Los que no marcharon ayer lunes, porque la marcha no fue contra los paramilitares, que están todos presos; y porque Uribe es un paraco disfrazado; y porque en Colombia matamos sindicalistas para mantener fina la puntería; y porque Gobierno y Farc son merecedores de la misma desconfianza, por lo que es mejor no favorecer a ninguno; y finalmente porque es preferible no radicalizar posiciones.
Cano no debe ser tan malo, alma errabunda, desde que soltó, apenas por un puñado de petro dólares, dos secuestradas y porque de pronto libera tres u cuatro, o veinte más. Ahí tenemos que recordar a Frühlig y sus compañeros de la ONU, a Redepaz, a ciertos padrecitos descarriados, a los colectivos de abogados, a las asociaciones de juristas, a ciertos y ciertas columnistas que prefieren los diarios y las revistas de los capitalistas para honrar a Marx, a Engels, a Lenin y a Stalin, a Mao y a Pol Pot.
Acaso, mirando aquella gigantesca ola de colombianos que gritaban NO A LAS Farc, a los mamertos les entraría alguna duda sobre la legitimidad, la oportunidad y el acierto de sus amores, visibles o clandestinos. Pero tal vez no. Porque son inamovibles, inconsumibles, inalterables. No les pasa el tiempo, ni les valen la Razón ni la Historia. ¡Qué le vamos a hacer!.