LA LECCION DE COOLIDGE


PARA EXPLICAR QUÉ SE SIENTE SER presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge se limitó a decir que “como la gloria de un amanecer, sólo puede ser experimentado; no puede ser contado”.

La historia de cómo Coolidge llegó a la Presidencia es bastante curiosa. Nominado a la vicepresidencia luego de que varios de sus copartidarios republicanos declinaron el cargo, Coolidge tuvo que asumir la Presidencia cuando el presidente Warren Harding sufrió un infarto fatal el 2 de agosto de 1923. A pesar de ser una figura política desconocida en el ámbito nacional, el ex gobernador de Massachusetts logró sortear con éxito el año y medio que le quedaba, y se hizo elegir por su propio mérito de nuevo en 1924. En el 28, y a pesar de tener su reelección prácticamente asegurada, Coolidge declinó la nominación para ejercer un tercer período en la Presidencia.

El halo de misticismo que Coolidge le da al ejercicio de su cargo contrasta con la fría manera de entender sus funciones, “descritas en unos cuantos cortos párrafos de la Constitución”. Sin embargo, “incluso después de haber pasado por la oficina presidencial, sigue siendo un gran misterio… Ninguno de los hombres que ha sido puesto en la Casa Blanca puede sentir que ha sido por su propio empuje o mérito”.

La lección de Coolidge es relevante para hombres que atraviesan “encrucijadas del alma” sobre si lanzarse a servir en un cargo similarmente “misterioso” por tercera vez. A duras penas puede imaginarse uno, si está dispuesto a tomarse en serio a estos personajes y a la magnitud de sus cargos, la sensación de soledad absoluta en la que enfrentan una decisión acompañada de tantas consecuencias. Porque si uno opta, con más o menos ingenuidad, por apartarse de las caricaturas que tienen a los presidentes como agentes sedientos de poder y dinero, quedan seres humanos con intenciones de hacer lo que (ellos piensan) es mejor para un país.

En el cuarto aniversario de la muerte de Harding, cuando le quedaban más de año y medio de gobierno, Coolidge anunció de forma sorpresiva (ni siquiera le había dicho a su esposa) que “escogía no ser candidato en 1928”. La ambigüedad de su declaración causó bastantes suspicacias, que al final no interfirieron con la nominación de Hoover como el candidato y seguro presidente ante el mal momento de la oposición demócrata.

Coolidge dio razones pragmáticas e idealistas para explicar su decisión. Después de ocho años un mismo hombre tiene pocas posibilidades de hacer lo que no hizo en cuatro años más. Y desde el campo conceptual, que quien siente “que es el único que puede liderar la república, es culpable de traición al espíritu de las instituciones”.

Estas razones han sido esgrimidas de sobra para oponerse a la reelección del presidente Uribe. Lo interesante es que sea Coolidge el que las trae a cuento y que su consejo esté fundamentado en la experiencia vivida luego de una encrucijada similar. Resuelta al final por la humildad de un hombre no se sintió por encima de la historia, sino que sintió su investidura como “algo externo y más allá él, que se hace manifiesto a través de él”. El no hacerla manifiesta una tercera vez le dio la razón a los pocos meses cuando, por razones externas a cualquier hombre, EE.UU. se sumió en la gran depresión del 29.

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