En la frágil y permeable memoria nacional, la imagen de sus más prestigiosos y capaces comandantes de tropas es la que los medios de comunicación no siempre bien informados, ni cuidadosos en busca de la verdad, trazan en pinceladas livianas, superficiales, con frecuencia afectadas por un antimilitarismo subyacente. Y, más grave aún, por ONG proclives a la insurgencia armada.
Es el caso del general Farouk Yanine, cuya muerte enluta los estandartes de las unidades que comandó con honor y reciedumbre de auténtico soldado. 'La tragedia del General' intitula el artículo que sobre el militar escribió, en nota post mórtem, la misma publicación que en dos de sus carátulas registró su efigie y en su interior narró las atrocidades que se le imputaban sin que jamás se hubiese comprobado algo que manchara la brillante hoja de servicios al ideal patrio, manifestado en la defensa de las instituciones legítimas. Otra carátula más se la dedicó la misma revista al 'Negro Vladimir', testigo único que vinculó al general Yanine con el genocidio de La Rochela. Criminal de trayectoria tenebrosa, declaró entre sus compañeros de presidio que acusaría al General para librarse de la cárcel acogiéndose a la protección del testigo. Falsario descalificado en Colombia y Norteamérica.
El general Yanine había sido absuelto por la Justicia Penal Militar. Claro, el vilipendiado "espíritu de cuerpo castrense", clamaron los de siempre. Intervinieron Procuraduría, Fiscalía y Justicia Ordinaria. Al General se le hizo venir de Washington, donde, ya en el retiro, desempeñaba labores en la cátedra del Colegio Interamericano de Defensa. Obviamente, perdió su honroso cargo en el que hizo honor a sus cualidades profesionales y al Ejército de su patria. Para empeorar las cosas, se le privó de la visa de Estados Unidos, lo que le impidió desde entonces visitar a sus dos hijas casadas en el país del norte. Finalmente, la verdad verdadera salió a flote y el general Yanine terminó exonerado de todos los cargos injustamente proferidos.
Sin embargo, la "tragedia del General" no había concluido. Como los delitos de lesa humanidad no prescriben, acuciosos colectivos y asociaciones en concierto con algunas reconocidas ONG revivieron el proceso. Para el general Yanine, enfermo de cáncer terminal, la noticia fue serio agravante de su dolencia. Cuando ya creía rescatado su buen nombre y lavado su honor, la carga de una nueva infamia resultó insoportable. El dolor de esta herida en su alma fue peor que el derivado de su terrible enfermedad.
Glorita, su admirable y heroica esposa, sus hijas, quienes nos preciamos de haber sido sus camaradas en la fraternidad de las armas y amigos en el más profundo sentido de la expresión y seguimos angustiados el curso de su enfermedad, sentimos el impacto de esta nueva fase de su drama, impotentes contra una justicia que parece más interesada en hallar culpables con una saña digna de mejor causa que esclarecer la verdad.
Las nuevas citaciones judiciales llegaron cuando la enfermedad había reducido a Farouk a la absoluta incapacidad de concurrir a los tribunales. Incrédulos funcionarios insistían amenazantes. Recurrieron a Medicina Legal, que certificó lo que ya era el comienzo de la agonía final. La justicia humana, en su obsesiva urgencia punitiva, finalizaba su función falible. El General quedaba en manos de su Dios, dueño de su fe, siempre presente en su vida de creyente. Y en la memoria de los miles de campesinos que admiraron al militar comprensivo y jovial, que los protegía, compartía sus penurias, ganaba su afecto y su solidaria invocación por la paz. Pesar grande que no se hubiesen buscado sus testimonios en vez de atenerse a los de un perdulario falaz que engañó a la justicia colombiana y estadounidense con sus mentiras, truculencias y contradicciones hasta ser descalificado por ambas, sin perder por ello su condición de testigo, de nuevo invocada para revivir la "cosa juzgada".
No puede evitarse, en estas dolorosas circunstancias, recordar múltiples casos en que se han precipitado en el descrédito y la deshonra a comandantes exitosos, reivindicados luego. Ya se olvidaron sus nombres, pues el minúsculo tratamiento de su reivindicación quedó oculto en páginas interiores y en notas minúsculas de medios audiovisuales.
Es el caso del general Farouk Yanine, cuya muerte enluta los estandartes de las unidades que comandó con honor y reciedumbre de auténtico soldado. 'La tragedia del General' intitula el artículo que sobre el militar escribió, en nota post mórtem, la misma publicación que en dos de sus carátulas registró su efigie y en su interior narró las atrocidades que se le imputaban sin que jamás se hubiese comprobado algo que manchara la brillante hoja de servicios al ideal patrio, manifestado en la defensa de las instituciones legítimas. Otra carátula más se la dedicó la misma revista al 'Negro Vladimir', testigo único que vinculó al general Yanine con el genocidio de La Rochela. Criminal de trayectoria tenebrosa, declaró entre sus compañeros de presidio que acusaría al General para librarse de la cárcel acogiéndose a la protección del testigo. Falsario descalificado en Colombia y Norteamérica.
El general Yanine había sido absuelto por la Justicia Penal Militar. Claro, el vilipendiado "espíritu de cuerpo castrense", clamaron los de siempre. Intervinieron Procuraduría, Fiscalía y Justicia Ordinaria. Al General se le hizo venir de Washington, donde, ya en el retiro, desempeñaba labores en la cátedra del Colegio Interamericano de Defensa. Obviamente, perdió su honroso cargo en el que hizo honor a sus cualidades profesionales y al Ejército de su patria. Para empeorar las cosas, se le privó de la visa de Estados Unidos, lo que le impidió desde entonces visitar a sus dos hijas casadas en el país del norte. Finalmente, la verdad verdadera salió a flote y el general Yanine terminó exonerado de todos los cargos injustamente proferidos.
Sin embargo, la "tragedia del General" no había concluido. Como los delitos de lesa humanidad no prescriben, acuciosos colectivos y asociaciones en concierto con algunas reconocidas ONG revivieron el proceso. Para el general Yanine, enfermo de cáncer terminal, la noticia fue serio agravante de su dolencia. Cuando ya creía rescatado su buen nombre y lavado su honor, la carga de una nueva infamia resultó insoportable. El dolor de esta herida en su alma fue peor que el derivado de su terrible enfermedad.
Glorita, su admirable y heroica esposa, sus hijas, quienes nos preciamos de haber sido sus camaradas en la fraternidad de las armas y amigos en el más profundo sentido de la expresión y seguimos angustiados el curso de su enfermedad, sentimos el impacto de esta nueva fase de su drama, impotentes contra una justicia que parece más interesada en hallar culpables con una saña digna de mejor causa que esclarecer la verdad.
Las nuevas citaciones judiciales llegaron cuando la enfermedad había reducido a Farouk a la absoluta incapacidad de concurrir a los tribunales. Incrédulos funcionarios insistían amenazantes. Recurrieron a Medicina Legal, que certificó lo que ya era el comienzo de la agonía final. La justicia humana, en su obsesiva urgencia punitiva, finalizaba su función falible. El General quedaba en manos de su Dios, dueño de su fe, siempre presente en su vida de creyente. Y en la memoria de los miles de campesinos que admiraron al militar comprensivo y jovial, que los protegía, compartía sus penurias, ganaba su afecto y su solidaria invocación por la paz. Pesar grande que no se hubiesen buscado sus testimonios en vez de atenerse a los de un perdulario falaz que engañó a la justicia colombiana y estadounidense con sus mentiras, truculencias y contradicciones hasta ser descalificado por ambas, sin perder por ello su condición de testigo, de nuevo invocada para revivir la "cosa juzgada".
No puede evitarse, en estas dolorosas circunstancias, recordar múltiples casos en que se han precipitado en el descrédito y la deshonra a comandantes exitosos, reivindicados luego. Ya se olvidaron sus nombres, pues el minúsculo tratamiento de su reivindicación quedó oculto en páginas interiores y en notas minúsculas de medios audiovisuales.
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