No voté por Samuel Moreno. Lo hice, convencido de que merecía repetir, por Enrique Peñalosa. Pero cuando el nuevo mandatario nombró a su gabinete, algunas designaciones me impactaron de modo positivo. La de Juan Ricardo Ortega en la Secretaría de Hacienda indicaba que Moreno quería jugársela por un experto riguroso en materia de finanzas públicas, y que eso evitaría el despilfarro. Y la de Liliana Pardo en el IDU era garantía de orden y empuje. A pocas semanas de posesionarse, Moreno consiguió el apoyo inicial del Gobierno Nacional y del Banco Mundial para su proyecto bandera: el Metro. El arranque de su administración resultó venturoso.
Pero los buenos vientos se convirtieron en tormenta. El proyecto del Metro quedó ensanduchado por el acuerdo entre el gobernador de Cundinamarca, Andrés González, y el Gobierno Nacional, a favor de un tren de cercanías. Luego, cuando Moreno sugirió que para sacar adelante el Metro sería necesario dejar de construir troncales de TransMilenio, Uribe dio otro paso atrás en su apoyo inicial al subway bogotano. El tren de cercanías no parece prioritario para los bogotanos. Y paralizar el avance de TransMilenio, un sistema que ha mejorado muchas cosas en la ciudad pero que sólo mostrará su beneficio integral si se construye completo, sería un grave error. El hecho es que, nueve meses después de llegar al cargo, el Alcalde perdió el liderazgo de su tema bandera.
Desde un principio, la apuesta del Metro fue muy arriesgada. Sirvió para ganar las elecciones, pero, a la hora de gobernar, poner casi todos los huevos en esa canasta ha sido equivocado. Aun si las cosas le salen perfectas y sin retraso, él no alcanzará a ver sino el inicio de las obras de la primera línea que sólo llegaría a movilizar a un 10 por ciento de la población. Para cuando deje el cargo, el proyecto estará si acaso en obra negra y, a juzgar por lo que pasa con este tipo de contratos, vivirá una controversia tras otra por la adjudicación, los retrasos y los cambios en el contrato. Una mirada al escándalo de la más reciente y costosísima línea del Metro de São Paulo -US$ 110 millones por kilómetro, dos veces lo planeado- da una idea de lo que aquí puede ocurrir.
La gestión social de la Alcaldía, una fortaleza de Peñalosa -megacolegios públicos, refrigerios a los niños más pobres- y al que Lucho Garzón le dio gran énfasis con el plan Bogotá sin Hambre, deja mucho que desear. En educación y salud, la curva de aprendizaje ha sido costosa y los resultados no se ven. En materia de obras, el IDU arrancó por fin con energía, pero el caos derivado de la falta de planeación en los trabajos paraliza a la ciudad de lunes a viernes.
En el frente de la transparencia, las cosas se complican. La Personería Distrital anunció hace poco investigaciones formales que involucran a los secretarios de Gobierno, Clara López; de Integración Social, Mercedes del Río, y al gerente del Acueducto, Jorge Enrique Pizano. En el Concejo, los debates a la administración por dudosas contrataciones ya le ganaron el terreno a la discusión de la agenda del Alcalde. Y como además, en el frente político, hay un sector del Polo Democrático, el partido de Moreno, que ya no lo quiere, cabe esperar que las aguas se sigan agitando.
En la más reciente entrega del Gallup Poll, los índices de aprobación de los alcaldes de las cuatro grandes ciudades muestran que, por primera vez en muchos años, el de Bogotá es quien resulta peor calificado por los encuestados: 45 por ciento, una caída de 21 puntos porcentuales desde el nivel alcanzado tras su elección. Si Moreno no despierta, puede convertirse en el primer alcalde verdaderamente impopular de la capital en más de década y media. Y una ciudad que había enderezado el rumbo, puede volver a perderlo.
Mauricio Vargas (eltiempo.com)
Pero los buenos vientos se convirtieron en tormenta. El proyecto del Metro quedó ensanduchado por el acuerdo entre el gobernador de Cundinamarca, Andrés González, y el Gobierno Nacional, a favor de un tren de cercanías. Luego, cuando Moreno sugirió que para sacar adelante el Metro sería necesario dejar de construir troncales de TransMilenio, Uribe dio otro paso atrás en su apoyo inicial al subway bogotano. El tren de cercanías no parece prioritario para los bogotanos. Y paralizar el avance de TransMilenio, un sistema que ha mejorado muchas cosas en la ciudad pero que sólo mostrará su beneficio integral si se construye completo, sería un grave error. El hecho es que, nueve meses después de llegar al cargo, el Alcalde perdió el liderazgo de su tema bandera.
Desde un principio, la apuesta del Metro fue muy arriesgada. Sirvió para ganar las elecciones, pero, a la hora de gobernar, poner casi todos los huevos en esa canasta ha sido equivocado. Aun si las cosas le salen perfectas y sin retraso, él no alcanzará a ver sino el inicio de las obras de la primera línea que sólo llegaría a movilizar a un 10 por ciento de la población. Para cuando deje el cargo, el proyecto estará si acaso en obra negra y, a juzgar por lo que pasa con este tipo de contratos, vivirá una controversia tras otra por la adjudicación, los retrasos y los cambios en el contrato. Una mirada al escándalo de la más reciente y costosísima línea del Metro de São Paulo -US$ 110 millones por kilómetro, dos veces lo planeado- da una idea de lo que aquí puede ocurrir.
La gestión social de la Alcaldía, una fortaleza de Peñalosa -megacolegios públicos, refrigerios a los niños más pobres- y al que Lucho Garzón le dio gran énfasis con el plan Bogotá sin Hambre, deja mucho que desear. En educación y salud, la curva de aprendizaje ha sido costosa y los resultados no se ven. En materia de obras, el IDU arrancó por fin con energía, pero el caos derivado de la falta de planeación en los trabajos paraliza a la ciudad de lunes a viernes.
En el frente de la transparencia, las cosas se complican. La Personería Distrital anunció hace poco investigaciones formales que involucran a los secretarios de Gobierno, Clara López; de Integración Social, Mercedes del Río, y al gerente del Acueducto, Jorge Enrique Pizano. En el Concejo, los debates a la administración por dudosas contrataciones ya le ganaron el terreno a la discusión de la agenda del Alcalde. Y como además, en el frente político, hay un sector del Polo Democrático, el partido de Moreno, que ya no lo quiere, cabe esperar que las aguas se sigan agitando.
En la más reciente entrega del Gallup Poll, los índices de aprobación de los alcaldes de las cuatro grandes ciudades muestran que, por primera vez en muchos años, el de Bogotá es quien resulta peor calificado por los encuestados: 45 por ciento, una caída de 21 puntos porcentuales desde el nivel alcanzado tras su elección. Si Moreno no despierta, puede convertirse en el primer alcalde verdaderamente impopular de la capital en más de década y media. Y una ciudad que había enderezado el rumbo, puede volver a perderlo.
Mauricio Vargas (eltiempo.com)
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